miércoles, 15 de julio de 2009

¿Quién dijo que ser payaso es fácil?

Crónica de una carcajada anunciada

Por: El Pueco

El frío del piso de pino traspasa la suave tela de las medias de colores. Andar con las “patas al aire” es primordial en el entrenamiento del clown hospitalario. Es el primer paso a la libertad, aunque algunos prefieren evitar a la gripe a punta de calcetines.

Pero apenas suena la pandereta de la profesora, instrumento que determina los ritmos de la clase, la fina protección suelo-pies desaparece en segundos. No se puede correr con medias sin resbalarse, y el ejercicio del clown inicia así: activo, movedizo, ágil, bombeando adrenalina en el cuerpo. Es como llegar a casa y decir: ¡Hola!, estoy aquí, estoy presente. Fuera del pequeño cuarto un mundo espera, el clown se apodera de todos y para eso se necesita calor en el cuerpo.

Con los latidos a mil por hora, Raquel, la maestra y fundadora de Narices Rojas, comienza el plan de trabajo. Forman parejas, se ponen de frente, contacto visual. Las miradas más incisivas que evitamos a lo largo de la vida son lo más natural en el entrenamiento del payaso. Hay que ver y dejarse ver. Los once alumnos recorren la sala de lado a lado, sin perder la magia que unen sus ojos.

Al grito de “círculo” el encanto de las retinas se rompe. Es hora de liberar energía y entregarla al compañero. Como si fuera un arma de rayos, los sonidos guturales de los alumnos traspasan emociones en cada alarido. La mirada fija vuelve a ser el puente. De repente la intensidad del ejercicio baja y la maestra hace su observación: O estas o no estás. El clown llegó hace rato, son los alumnos y sus desconcentraciones los que se alejan de la sala.

Entonces para dejar de pensar y dejar de equivocarse (aquí lo importante es la acción) se pasa el juego de palabras, palabras descoordinadas, lo primero que cruce tu lengua. Mirada al frente, los próximos clowns tratan de repetir sin parar palabras que no tengan nada que ver entre sí, las secuencias están vetadas, la lógica en el olvido. Uno para y el otro continúa, no se piensa solo se dice, ¿Cuántas veces decimos cosas sin pensar y ahora se vuelve tan difícil? Ops! Estoy pensando de nuevo… Basta! Justo cuando se van acostumbrando a la idea de que no hay idea, viene el cambiazo. ¡Ahora solo nombre de mujeres! de hombres! ¡Cosas del hogar!!Del trabajo! Así es el clown, impredecible, indescifrable, libre, y nunca dice no, acepta y actúa.

De a poco, las palabras van formando una historia. Los cuentos más inverosímiles inundan la habitación de paredes blancas. No importa si no es real, para el clown si lo es, y le sobra sentido. color y sabor. Cuando el ritmo se rompe, es hora de recuperar el espacio. Recorrer todo el escenario siempre ayuda a recordar que estas aquí y estas presente. Entonces, la quietud se irrumpe con el siguiente reto: Van a tararear una canción, la primera que se les ocurra, a medida que caminan. Suena fácil, pero esto es clown señores, y nunca se sabe lo que se viene.

En un abrir y cerrar de párpados (los ojos no se cierran, ojo) El murmullo pasa a la alarido. Un ruido ensordecedor de diferentes ritmos musicales acapara el pequeño cuarto. No se entiende nada, pero cada clown sabe y confía en lo que hace. Luego, la canción toma vida y transmite emociones, cada alumno la entonaba feliz, triste, preocupado, histérico, estrambótico, gruñón, tímido, curioso o lo que sea. La impro da la libertad de saltar de un sentimiento a otro.
La mezcla de ritmo e intensidad desemboca en un frenesí de la alegría. Es la locura de ser libre, de no tener complejos, de ser uno mismo, es sentirse clown. De a poco vuelve la calma, la pandereta deja de sonar, las sonrisas llueven por doquier. Es viernes por la noche afuera, pero en ese cuarto, el tiempo no tiene nombre.

Ahora, es momento de tomar la nariz, pero eso, es parte de otra historia… mejor dicho.. de otra clase…

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